
Esa madre sufre y en silencio llora,
su hijo tomó el camino equivocado,
y ve como se aleja de su lado
un hombre ya, el niño que ella adora.
Nadie la oyó jamás ningún lamento,
pero todo el mundo intuye la pena
de esta mujer sencilla y buena
que afronta con valor su sufrimiento.
Y es que sin saber por cuales artimañas,
el que para ella sigue siendo un niño,
de pronto adquirió conductas extrañas.
Empezó a dar de lado su cariño,
las fuertes lanzas se volvieron cañas
y su buen hacer trocóse en desaliño.
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Luchó contra todo y contra todos,
jamás tuvo el apoyo de su gente,
pero a esta mujer buena y valiente
nunca se le vieron malos modos.
Fue su mejor arma la dulzura,
con ella venció a la adversidad,
su hijo se rindió ante su verdad
y aceptó que su mal tenía cura.
Hoy vemos en su rostro una sonrisa,
entiende que ha ganado una batalla,
pero sabe que no hay que tener prisa.
Que hay que derribar una muralla
y que solo le vale un premisa:
la de no arrojar nunca la toalla.
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